sábado, 3 de marzo de 2018

Resultado de imagen


ORDESA de Manuel Vilas.

Algunos apuntes sobre el libro

Esta novela podría ser la autobiografía de cualquier español o española de finales de los años sesenta y de los setenta. La empatía con lo que se narra está garantizada para ciertos lectores, ciertas lectoras y a la vez logra el autor verosimilitud para su relato. ¿Quién no ha tenido en su pueblo, en su ciudad  ese personaje ubicuo que en el libro corresponde a Monteverdi?, ¿quién no tuvo unos padres que le mostraron poco afecto o ninguno y quién no ha sentido que, sin embargo, eran los mejores, excepcionales en todo caso?, ¿quién no ha interiorizado la muerte? La historia no es difícil de leer, aunque en algunos momentos sí es de difícil comprensión. Se advierten muchas paradojas, en un capítulo se dice que la bondad existe, en otro no existe. Podría pensarse que recoge así de forma universal al ser humano, con sus contradicciones contextualizadas: lo que en un momento no es, en otro sí, lo que se piensa puede convertirse en lo contrario en otro momento de la vida.

Desde mi punto de vista, para comprender la intención de esta historia, que se nos cuenta, si es que hay que buscar intencionalidad, el lector-a debe distanciarse y viajar a las profundidades de la novela. El libro tiene un tinte barroco que enlaza con aquellas composiciones medievales, llamadas Danzas de la muerte: el hecho que iguala todas las capas sociales ( el peverso se pudre de la misma forma que el bondadoso), y con las coplas manriqueñas. Un descolorido sabor a barroco porque todas las verdades juntas "fundan una gran mentira", pero con una diferencia con aquel siglo  XVII: si entonces todo era mentira en este mundo porque la verdad con la que se les iba a reconfortar a las almas, que en la Tierra habían padecido, estaría en la otra vida, esa sería su recompensa a tanta sumisión. Mientras que esa visión de la vida en Vilas no conduce a nada, nada hay después de la muerte. De ahí que el pensamiento como lectores-as,  nos conduzca a valorar el Carpe Diem.

Pienso que sus páginas están llenas de ironía, de dolor y en algunos momentos de un humor casi imperceptible: le dice el personaje a su madre "mira que fuiste manirrota y derrochadora, y lo que vale el ataúd más económico..." o cuando se refiere al diente de oro de su padre. Hay un hecho de relevancia que es la del tiempo: todo se niega, el amor, la bondad..., pero lo que realmente existe es el tiempo, el tiempo como una estafa, dice el narrador, y este se agota: allí, a la muerte se encaminan  todos los personajes (todos igualados): sus padres, los amigos, las amigas de estos, sus tíos, tías, etc. El tiempo es el instrumento del que se sirve la muerte y a las personas se nos acaba.

¿Qué es la niñez sin el amparo de una madre y un padre? Es nada como dice el autor. Los niños y niñas "azules" tienen que sentirse protegidos, esa es la sensación que debe albergar el ser más vulnerable de la sociedad y sin embargo el protagonista, en algunos casos el narrador, a pesar de creer que sus padres lo quieren más que a nadie en le mundo, son los que no le proporcionan esa impresión cuando lo manosea una persona obscena de la iglesia católica. Contrariamente, Manolito, se siente protegido por su tío cuando vuelve a pasarle ese mismo hecho, esta vez de la mano de un comerciante, antes en un lugar sagrado, ahora en otro lugar no menos sagrado de la niñez: una juguetería.

Son muchos los temas que aparecen en esta narración: la soledad, el traspaso de las manías y pasiones de los padres a los hijos-as, el juego de la luz y el sol junto con el tema de la fotografía como recuerdo de la presencia de las personas sobre el papel, la imagen, la dilución de los seres muertos ante la imposibilidad de recordar sus voces, la corrupción española, la monarquía española y sus intelectuales acólitos, la rememoración de nuestro gran intelectual Juan Goytisolo, la codicia del capitalismo, la esclavitud de las mujeres mediante el recuerdo de la cocina de su madre y un largo etcétera. 

Me sonroja la idea de haber elucubrado más de la cuenta y que Manuel Vilas pudiera pensarlo (algo que no pasará porque creo que  nunca lo leerá). De todas formas, el libro ya no pertenece al escritor sino a la lectora que soy, a cualquiera que caiga en sus manos este libro y que lo lea.



.